Vergüenza e indignación- Yo no sé ustedes, pero particularmente me siento avergonzado cada vez que el embajador de los Estados Unidos, Raúl Izaguirre, advierte a los ciudadanos de su país que nos visitan o que residen aquí que deben temer por sus vidas y su seguridad cuando transitan por nuestras principales carreteras, pero también me indigna contemplar la complacencia casi servil conque reacciona el ministro de Interior y Policía a esas advertencias disponiendo de inmediato un reforzamiento del patrullaje policial en las zonas denunciadas lo que, lógicamente y al menos en lo inmediato, resuelve el problema tanto para nativos como para los ciudadanos extranjeros que utilizan esas importantes vías de comunicación.
¿Hace falta esperar que de esos problemas de seguridad pública se quejen los embajadores acreditados en el país, como el caso de Izaguirre, para ponerles atención y buscarles remedio? ¿O será que mientras las víctimas de esos asaltos sean los criollitos del patio no se mueve la acción pública para detenerlos? ¿Se va a esperar que el embajador norteamericano, quien ya advirtió sobre los peligros a que se exponen quienes se aventuren de noche por la autopista Las Américas y la carretera Duarte, los alerte también sobre las agresiones violentas que se producen contra los automovilistas que transitan de noche por la carretera Maimón-Cotuí?
Los dominicanos gozamos de la bien ganada fama de que solo ponemos el candado después de que nos roban; parece que tampoco nos importa, a pesar de que vivimos del turismo, de los extranjeros que nos visitan para disfrutar de nuestros encantos y bellezas, que se propague a los cuatro vientos que somos un país de bandoleros y asaltantes donde nadie está seguro ni en su propia casa. (Tampoco, vale recordarlo a modo de posdata, en los hoteles. ¿O ya se olvidaron de los asaltos disfrazados de embargos de que fueron víctimas varios hoteles de la región Este?)