Símbolo de Carnaval

El autor de la novela llevada al cine “Carnaval de Sodoma” y vegano orgulloso, habla del personaje central de las fiestas carnavalescas.
El sol y las noches de febrero estallan en luces. Las ciudades se llenan de colores, especialmente aquellas donde el segundo mes del año se dedica al carnaval. El protagonista del carnaval febrerino dominicano es el diablo. Llámese cojuelo, lechón, cajuelo, toro, taimáscaro, papeluses o como fuera, la imagen medieval del diablo que se destacaba en celebraciones religiosas como la de Corpus Christi, se convierte en el centro de atención de las mascaradas.

Se sabe que el diablo fue lanzado desde el cielo hacia la tierra. La novela “El Diablo Cojuelo”, de Luis Vélez de Guevara, es una extraña historia donde este personaje aparece, caído del cielo y todo, se rompe una pata al caer y, afectado por la cojera, se dedica a realizar picardías de toda laya. La lectura de ese personaje, sumada al precedente del diablo que azotaba para limpiar los pecados en los atrios de las iglesias, nos da una idea del diablo cojuelo que, con gracia terrible, se enseñorea de nuestro carnaval. Algunas personas recelan de que esta figura sea la protagonista del carnaval de febrero. Pero su presencia, como hemos visto, no es fortuita: es una flecha fulgurante que nos mantiene atados a los orígenes medievales de esta celebración.
El diablo cojuelo ocupa, lleno de color, las calles de La Vega, de Santiago, Cotuí, Mao, Santo Domingo, San Francisco de Macorís, Moca, Jarabacoa, Constanza y su eco se esparce por todas las regiones del país. Ese diablo gracioso simboliza también esa zona de sombra que todas las personas tenemos dentro para que se pueda resaltar la luz del alma. Esa presencia sombría, en forma de juguete, brota en el golpe de la vejiga o el latigazo, en la sinuosidad del juego carnavalesco e incluso en el ego alimentado por la belleza del disfraz.
El diablo en carnaval lo vemos también en la participación humana. El comercio se infiltra cada vez con más fuerza en la organización de las mascaradas. La presencia empresarial empieza a crear grandes recelos, ronchas, divisiones entre los enmascarados. Este es un diablo serio, que no juega. El carnaval dominicano debe abrir los ojos y cuidarse del demonio llamado moneda. Si no es así, la fiesta se va a poner seria. Muy seria. Y sabemos que cuando en una fiesta se termina la risa, el juego y el relajamiento, hay que apagar la música, recoger las mesas y sillas y largarse para su casa. Debemos cuidar esta fiesta, para que el diablo -el que no coge las cosas a chiste- no nos la eche a perder para siempre.
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